El Presidente. Señor Presidente de la República de Malta, es una gran satisfacción para mí recibirle hoy en el Parlamento Europeo y ofrecerle la oportunidad de dirigirse a los parlamentarios, que en estos últimos días han estado hablando mucho de su país.
Hoy está usted aquí como Jefe de Estado, pero conocemos muy bien su largo compromiso a favor de la integración europea, como Primer Ministro de su país, durante muchos años —los años de la trayectoria de Malta hacia la Unión—.
Hace casi tres años firmó usted el Tratado de Adhesión, que representaba la culminación de muchos años y muchos esfuerzos para que Malta fuese miembro de la Unión Europea.
Es un signo muy importante del consenso que hay hoy en Malta en torno a la integración europea el que, el pasado mes de julio, ustedes, su país, su Kamra tad-Deputati —la Cámara de Representantes de Malta—, ratificaran el Tratado Constitucional por unanimidad y que lo hiciesen después de que otros lo rechazaran.
(Aplausos)
Con ello lanzaron ustedes una señal muy clara en un momento difícil para la Unión y pusieron punto final a las divisiones políticas que habían caracterizado en su país el debate europeo.
Hoy, su presencia en este hemiciclo nos recuerda algo muy importante: la ampliación europea ha estado mirando hacia el Este mucho tiempo, hoy, Malta, en el Sur, nos trae el recuerdo de nuestra vocación mediterránea y de la necesidad de reforzar nuestro diálogo con los países de la cuenca mediterránea.
En efecto, su país está en la encrucijada del Mediterráneo y ha estado siempre en el centro de las políticas relativas a las fronteras meridionales de Europa. Hoy las relaciones con los países del Sur son el principal desafío geopolítico que se plantea a Europa y especialmente a su país, que está en la primera línea de este encuentro; en la primera línea de la llegada de muchos seres humanos que quieren ir a Europa, arriesgando su vida muchas veces, porque somos para ellos un nuevo Eldorado, que los atrae con la fuerza magnética que tiene el bienestar para los que sufren la más absoluta de las pobrezas.
Por eso sabemos que Malta se enfrenta hoy a un número muy importante de solicitantes de asilo y de inmigrantes que llegan a sus costas. Hemos estado hablando aquí de este tema. Hemos escuchado el informe que ha redactado una delegación del Parlamento Europeo que ha tenido ocasión de visitar los campos. Son el reflejo del desafío más importante al que tiene que responder Europa para defender y proteger los derechos de los seres humanos y construir las mejores relaciones con sus vecinos del Sur.
En estas circunstancias especiales, señor Presidente, su visita es muy bienvenida y, por ello, tendrá mucho interés para el Parlamento lo que usted nos pueda decir.
Gracias por estar con nosotros. Tiene usted la palabra.
(Aplausos)
Edward Fenech-Adami, Presidente de la República de Malta. (MT) Señor Presidente, Señorías, es un placer y un honor para mí poder dirigirme a su institución.
Como representante de uno de los países que se incorporó a la Unión Europea en 2004, traigo conmigo experiencia reciente sobre el significado de la ampliación, tanto en lo que respecta al proceso por el que pasa un país para preparar su adhesión a la Unión Europea, como en el impacto de la adhesión en un nuevo Estado miembro.
Mi país considera la adhesión a la Unión Europea como la vuelta natural a nuestra casa en Europa, donde pertenecemos. Es un orgullo para nosotros formar parte de la familia de naciones que conforman la Unión Europea, con todo su legado espiritual, cultural y humanístico.
Nuestro camino hasta la adhesión no fue fácil. Tuvimos un debate largo y difícil que concluyó cuando, hace tres años, el pueblo maltés tomó una decisión clara y soberana a favor de la adhesión mediante un referendo y, a continuación, unas elecciones generales. Este animado debate nos dio la oportunidad de hablar abierta y libremente de los méritos y peligros de la adhesión, mientras que examinábamos detenidamente el posible impacto de la adhesión, no solo en términos económicos, sino también en términos políticos y sociales. En este sentido, fue un ejercicio a través del cual acercamos Europa a las personas, y es un ejercicio que debería continuar.
Los preparativos de la adhesión fueron una carga para los países que se incorporaron en la última ampliación. Es verdad que nunca antes se había llevado a cabo una ampliación de esa magnitud, y nunca antes se había exigido a los países candidatos ejecutar reformas tan grandes como parte de los preparativos para su adhesión. Me gustaría felicitar a todos los nuevos Estados miembros de la Unión Europea por haber superado un proceso tan dificultoso. De la misma manera, también quiero felicitar a la propia Unión Europea por su actuación, actuando como un catalizador para animar a esos países a adoptar las reformas.
A menudo hablamos del pesimismo que se apoderó de Europa tras los dos referendos celebrados el año pasado en los que se rechazó el Tratado constitucional europeo. Sin embargo, no reconocemos suficientemente el enorme éxito de la Unión Europea a la hora de absorber nuevos países de forma tan natural.
El 2005 no solo no fue un annus horribilis para Europa, como algunos dicen que fue, sino que fue más bien un gran éxito para Europa, ya que se demostró que es capaz de hacer frente al reto de la mayor ampliación de su historia. A menudo olvidamos ahora que la ampliación tuvo lugar hace menos de dos años.
Eso no significa que la vida sea fácil tras la ampliación. Al contrario, es igual de difícil para la economía como lo es para la sociedad adaptarse a la realidad de la adhesión. Esta adaptación exige líderes que tomen decisiones difíciles, que a menudo son impopulares. De hecho, un país ha de tomar decisiones, tanto si se incorpora a la Unión Europea como si no. La adhesión a la Unión Europea simplemente hace que esas decisiones sean más reales y exigentes, así como inevitables.
Lo que con toda seguridad está mal es echarle la culpa a Europa por las reformas que son impopulares, pero que, en realidad, son el resultado de decisiones que todo Gobierno responsable debe adoptar. Es un error que los Gobiernos le echen la culpa a Europa por esas decisiones difíciles, y que luego se cuelguen la medalla por las ventajas.
Señor Presidente, desearía también compartir con sus Señorías mis ideas sobre otros asuntos varios.
Comenzaré con algunas reflexiones en torno al Tratado constitucional europeo.
Tenemos que aceptar que hubo deficiencias en la forma en que se presentó el proyecto constitucional, aun cuando las dificultades referidas eran en realidad una cuestión más de forma que de sustancia.
Para los nuevos Estados miembros, por ejemplo, el proyecto constitucional parecía prematuro y precipitado indebidamente. El asunto del calendario era una preocupación legítima. De hecho, los países que estaban preparándose dolorosamente para la adhesión veían la perspectiva de un cambio de las normas del Tratado de la misma forma que uno vería un cambio en las reglas de una carrera justo cuando se divisa la línea de meta.
Soy consciente de que se suponía que el Tratado Constitucional aceleraría el proceso de toma de decisiones en la Unión de los 27, pero evidentemente los ciudadanos de algunos de los Estados miembros lo veían de forma diferente. La Unión en la que habían crecido había cambiado con la ampliación de 1995 y mucho más con la de 2004, y a la luz de la globalización, el proyecto constitucional parecía implicar cambios de nunca acabar.
Por tanto, en retrospectiva, vemos que podíamos haber sido más prudentes y haber dado más tiempo a este importante proyecto y haber esperado no solo hasta que los diez nuevos Estados miembros se hubieran asentado, sino también hasta que los 25 Estados miembros hubieran tenido tiempo de adaptarse a la nueva realidad de la Unión Europea.
Sin embargo, la cuestión que queda es cómo salir del atolladero actual.
Ni que decir tiene que ha de respetarse el deseo expresado por las personas de estos dos países que no aceptaron el Tratado constitucional, pero lo mismo podría decirse de las decisiones de los catorce países que lo ratificaron. En mi país, por ejemplo, el Tratado constitucional fue aprobado por nuestro Parlamento nacional de forma unánime, y así, nuestro compromiso con la adhesión estaba cantado y supuso un claro final a nuestras divisiones.
Ahora es el momento de entablar un debate y compartir nuestras opiniones sobre los posibles escenarios que se presentan ante nosotros. Un escenario sería adherirse al compromiso adquirido por los Jefes de Estado o de Gobierno signatarios para tratar de encontrar una solución dentro del Consejo Europeo si cuatro quintas partes de los Estados miembros ratifican el Tratado constitucional y uno o más Estados miembros tienen dificultades en conseguirlo. Esto haría necesario continuar con el proceso de ratificación. De esa forma, sería posible que el proceso acordado continuara con vistas a decidir más tarde cómo proseguir.
Otro escenario podría incluir utilizar las dos primeras secciones del Tratado constitucional para elaborar el borrador de una «Carta Europea». Este podría ser para los europeos un documento claro y conciso con el que pudieran identificarse más fácilmente. La otra sección del Tratado constitucional puede considerarse como ya ratificada en gran medida por medio de los Tratados existentes.
Otro escenario podría incluir el fortalecimiento del protocolo respecto al papel de los Parlamentos nacionales. Más concretamente, podría ampliarse la función consultiva de estos últimos con respecto al proyecto europeo.
Naturalmente, podrían considerarse otras opciones, y este periodo de reflexión existe para permitir que hagamos justamente eso. No lo desaprovechemos.
Señor Presidente, paso a hablar ahora del asunto del liderazgo político en Europa. A menudo hablamos de la falta de ese liderazgo. Esto no es consecuencia de una falta de iniciativa, y desde luego no de una falta de iniciativas europeas. Si acaso, puede que sea resultado de una falta de coherencia entre unas iniciativas y otras: ¿cómo esperamos tener liderazgo político si algunas de las iniciativas no son coherentes unas con otras?
¿Qué tipo de coherencia tenemos cuando, por una parte, insistimos en la solidaridad y, por otra, no ponemos a disposición los recursos financieros necesarios? ¿Qué coherencia tenemos si, por un lado, eliminamos fronteras y, por el otro, creamos obstáculos? ¿Qué coherencia tenemos si instamos a hacer un esfuerzo colectivo pero luego permitimos que los países se enfrenten a las dificultades por sí solos?
No creo que la culpa de la falta de liderazgo político pueda echarse a las instituciones individuales de la Comunidad, cuyas iniciativas y perseverancia hablan por sí mismas. Es más, cualquier falta de confianza en estas instituciones debería resolverse.
Ser capaces de inspirar confianza no es como tener un talento especial. No es algo con lo que nacemos, sino algo que podemos adquirir. De este modo, hemos de preguntarnos a nosotros mismos qué podemos hacer para recuperar la confianza de la gente en la Unión Europea y sus instituciones.
Esto lo podemos hacer desarrollando una vez más vínculos con las personas, y en este sentido me gustaría elogiar el trabajo de la Comisión, que, mediante el Plan D, ha asumido la difícil tarea de salvar la brecha entre la UE y sus ciudadanos. Como institución elegida directamente en el ámbito europeo, el Parlamento Europeo se encuentra en una posición ideal para apoyar el trabajo de la Comisión. No son más palabras lo que se necesita para formar lazos estrechos con nuestros ciudadanos. Es cuestión de escuchar más y, si Europa se comunica de forma más eficaz, estará en mejor posición para reflejar las aspiraciones de los europeos y producir resultados en todos aspectos que les preocupan.
Para fortalecer la confianza, debemos no solo comunicar mejor, sino también hemos de ser más eficientes en aquellos sectores con los que la Unión Europea ya está comprometida. También podemos restablecer la confianza mostrando que la Unión Europea está dispuesta y es capaz de entablar nuevas iniciativas comunes en sectores donde nos enfrentamos a nuevos retos que los países no pueden afrontar por sí solos. Constantemente hemos de garantizar que la Unión Europea es cada vez más valiosa para sus Estados miembros y ciudadanos.
De forma más importante, sin embargo, podemos aumentar la confianza en la Unión Europea mostrando que, al adoptar políticas, tomar decisiones y actuar de forma interna y externa, la Unión Europea permita la manifestación de la razón. Con esto, me refiero a que revele de forma coherente un sentido de equilibrio y justicia en su desarrollo político, en su proceso de toma de decisiones y también en sus relaciones con otros países de todo el mundo.
En este sentido, hay pruebas suficientes que me hacen ser optimista con respecto a que la Unión puede verdaderamente recuperar la confianza de la gente, ya que evidentemente está preparada para ponerse del lado de la razón. Permítanme citar algunos ejemplos:
Dado que vengo de Malta, soy también observador de la forma en que la Unión Europea trata de encontrar un equilibrio entre los intereses de los países grandes y los de los pequeños. Siempre he estado convencido de que, para la Unión Europea, lo que cuenta no es el tamaño del país de donde uno provenga, sino la solidez de tus ideas y la claridad de tu visión. Naturalmente, el tamaño también importa. La Unión Europea es, sin embargo, única en la forma en que desarrolla un modelo de liderazgo que pone en equilibrio los intereses de los países grandes y los pequeños, y a menudo combina estos intereses en un interés común.
Debería tomarse buena nota de este valor especial atribuido a la Unión. Es una virtud que hace que Europa sea lo que es: rica en su diversidad y totalmente respetuosa de las evidentes diferencias de sus miembros. También puede explicar por qué los países pequeños se sienten muy estrechamente ligados al proyecto europeo y, en particular, al método comunitario.
La Unión Europea aumenta la influencia de los países pequeños. Fortalece su identidad y, especialmente, su identidad lingüística, y les abre a los amplios horizontes del resto de Europa y del mundo.
El Parlamento Europeo debería también seguir desarrollando este equilibrio y tomando nota de los intereses particulares de los Estados pequeños. La Unión Europea no puede y no debe ser una junta directiva de países grandes.
La Directiva relativa a los servicios es otro ejemplo de cómo las instituciones europeas destacan como la voz de la razón. Elogio el trabajo realizado por este Parlamento al establecer un compromiso para una iniciativa tan importante. La amplia aprobación por parte del Consejo Europeo es también testimonio válido del trabajo de sus Señorías. Ahora que se ha alcanzado un compromiso funcional, es momento de que el proceso legislativo concluya de forma rápida para que los europeos puedan cosechar los verdaderos frutos del mercado interior de servicios.
Asimismo, la iniciativa a favor de una política común de energía para afrontar el enorme reto de obtener un abastecimiento de energía fiable es otra acción deseable por la cual deberíamos aplaudir y apoyar a la Comisión. Son iniciativas así las que demuestran que Europa de verdad merece la confianza de la gente.
Sin embargo, hay otros retos a los que Europa respondió demasiado despacio y con respecto a los que siempre hay una necesidad cada vez mayor de acción a escala europea. En estos sectores, tenemos que trabajar más para permitir la manifestación de la razón, para conseguir un equilibrio justo y, de este modo, hacer que crezca la confianza de la gente en Europa.
Considero que el trabajo de la Comisión Europea en cuanto al desarrollo de una política marítima es de especial importancia, porque persigue establecer una ventaja intrínseca para Europa como elemento principal de su agenda. No es solo porque provengo de una antigua nación marítima por lo que afirmo sin ninguna duda que la herencia marítima de Europa no está siendo utilizada lo suficiente en el ámbito europeo. Debemos adoptar una actitud holística. Los intereses a corto plazo en determinados sectores no deberían desviarnos de la visión progresista que tenemos sobre los asuntos marítimos en general. Deberíamos luchar para liderar el mundo del mar más que tratar de crear un espacio privilegiado dentro del mismo.
Deberíamos recuperar la confianza de la gente no solo dentro de la Unión, sino también fuera de ella, demostrando también que somos capaces de aumentar la confianza en nosotros actuando de forma justa. Nuestra política euromediterránea es un ejemplo claro de esto. La complejidad de esta región, que compartimos con nuestros vecinos, y su vinculación intrínseca con el proceso de paz de Oriente Próximo exige que seamos, más que nunca, la voz de la razón. Los recientes incidentes tras la publicación de determinadas viñetas han resultado ser, tristemente, un paso atrás en este sentido. Sin embargo, estos acontecimientos nos dan la oportunidad de restablecer la confianza incluso desde este nivel.
Otro reto surge de las consecuencias obvias pero inevitables de la globalización. La respuesta a este reto no puede encontrarse en el proteccionismo ni en dejar de lado lo que se ha conseguido hasta ahora. Debe haber un equilibrio justo entre las consecuencias inevitables del libre comercio, por un lado, y la reafirmación en los principales valores de Europa, y no digamos ya nuestro modelo social, por el otro. Es cierto que no es fácil encontrar este equilibrio. Sin embargo, no podemos olvidar que es el sentido del equilibrio y la razón lo que distingue a Europa de los otros actores del ámbito internacional.
Otro reto, y uno que es más visible por lo que respecta a los humanos, es el reto de la inmigración ilegal. Hace unos días, una delegación de su institución visitó mi país como parte de los esfuerzos actuales del Parlamento para visitar países de dentro y fuera de Europa con el fin de examinar el alcance del reto de la inmigración ilegal. Se trata de un problema que, por el momento, supone una pesada carga a la capacidad de varios Estados miembros, y entre ellos mi propio país, de hacer frente a la afluencia aparentemente incesante de personas procedentes principalmente de los países del África subsahariana.
Como su delegación pudo comprobar al hablar con los inmigrantes y solicitantes de asilo, el problema es real y urgente. Por un lado, el Mediterráneo se enfrenta a un desastre humanitario en el que cientos de personas mueren tratando de llegar a Europa, mientras que miles más viven en la inseguridad y en condiciones difíciles una vez que han alcanzado su objetivo. Al mismo tiempo, los países que reciben una fuerte afluencia de inmigrantes ven cómo sus capacidades y recursos van más allá de sus límites.
Evidentemente, no se trata de un problema que afecte solo a Malta o a ningún otro país por sí solo. Es un reto común que exige un esfuerzo colectivo. Sin embargo, debo destacar que el problema de Malta es más acusado, ya que Malta es el Estado miembro con una mayor densidad de población. Europa necesita urgentemente una política de inmigración que proporcione una solución más práctica a este problema en toda su complejidad, una solución que ofrezca la típica solidaridad europea con las personas implicadas en este drama y con los países de origen, pero también con los países desde los que se produce la entrada de inmigrantes a Europa y que no tienen los medios para hacer frente a este problema por sí mismos.
Doy las gracias, por tanto, al Parlamento Europeo y a los miembros de la delegación que visitaron Malta, por haber introducido este punto en el orden del día del Parlamento, y por haber conseguido que se atienda la petición de acción urgente de nuestro país.
Si queremos que aumente la confianza de la gente en nosotros, debemos demostrar que estamos respondiendo de forma eficaz a los intereses de las personas y, para ello, debemos reconocer el talante de las personas. Los líderes políticos no deberían seguir, sino guiar, a las personas. Sin embargo, no deberían avanzar con demasiadas prisas. De lo contrario, dejarán atrás a muchas personas y quedarán totalmente aislados de las realidades del mundo. También aquí ha de encontrarse un equilibrio.
Hay diversos valores que distinguen a Europa de otros continentes y a la Unión Europea de otros proyectos del mundo que tienen como objetivo la integración regional. Europa ya se distingue por su compromiso total con los valores de la paz, tolerancia, derechos humanos y solidaridad. La Unión Europea adquiere cada vez una mayor relevancia como la voz de la razón entre sus vecinos y en el mundo.
Para que Europa sea la voz de la razón, debemos superar los límites del egoísmo nacional y trabajar juntos en aras de nuestro bien común. Debemos seguir defendiendo este valor en la actuación que adoptemos tanto entre nosotros como con otros países. Esta es la Europa que la gente espera de nosotros y la Europa en la que están dispuestos a confiar.
Gracias.
El Presidente. Muchas gracias, señor Presidente, por sus palabras.
Estoy seguro de que su presencia aquí habrá servido a todos los parlamentarios para conocer mejor las dificultades que tiene su país.
Gracias por sus palabras de elogio al trabajo del Parlamento Europeo.
Espero también que el grito de alarma que han lanzado nuestros diputados al visitar su país haya sido escuchado por todos los responsables, y que, tanto su Gobierno, como las instituciones de la Unión, se apliquen eficientemente para conseguir que la política de acogida en Europa alcance mejores cotas de respeto a los ciudadanos de otros países que tratan de llegar a los nuestros.
(Aplausos)
PRESIDENCIA DEL SR. VIDAL-QUADRAS ROCA Vicepresidente