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 Texto íntegro 
Acta literal de los debates
Jueves 6 de mayo de 2010 - Bruselas Edición DO

11. Sesión solemne
Vídeo de las intervenciones
Acta
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  Presidente. Señor Vicepresidente, excelencias, queridos colegas, queridos amigos, constituye para mí un gran privilegio dar la bienvenida al Parlamento Europeo al señor Joseph Biden, 47º Vicepresidente de los Estados Unidos.

(Aplausos)

El Vicepresidente Biden ha sido una figura clave de la política norteamericana y amigo de diputados de esta Cámara durante muchos años. Fue elegido por primera vez para formar parte del Senado de los EE. UU. en 1972, donde sirvió como uno de los senadores más jóvenes de la historia de su país. Ha sido elegido en seis ocasiones antes de convertirse en Vicepresidente de los Estados Unidos en noviembre de 2008.

Un antiguo Presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Senado y del Comité Judicial del Senado, es conocido por decir todo lo que piensa, y en ocasiones por defender causas que distan mucho de ser populares en ese momento. Es un líder de opinión, no seguidor de opiniones. Esta constituye una de las razones por las que su discurso de hoy ante el Parlamento Europeo, señor Vicepresidente, es tan importante, tan crucial, para todos nosotros. Permítame darle las gracias una vez más por su muy calurosa invitación y por los debates tan constructivos y fructíferos del miércoles pasado en Washington.

Queridos colegas, en el actual mundo multilateral y multipolar de hoy, Europa y Estados Unidos pueden y deberían colaborar en una asociación a favor de la estabilidad global y los valores ilustrados en los que creemos. La visita de hoy del Vicepresidente Biden a la Unión Europea demuestra este compromiso.

Si no gozamos de una colaboración transatlántica efectiva y sólida como socios iguales —los Estados Unidos y la Unión Europea— no podemos encontrar soluciones duraderas a los numerosos retos a los que nos enfrentamos: el cambio climático, la seguridad energética, la crisis económica que aún nos afecta a todos, el terrorismo o la promoción de los derechos humanos, la defensa del libre comercio y la mejora de la gobernanza global.

Colegas, hace 25 años, casi en esta fecha, el Presidente Ronald Reagan se dirigió a este Parlamento, el 8 de mayo de 1985. Esta fue la última y hasta el momento la única vez en que un Presidente se había dirigido a los representantes, democráticamente elegidos, del pueblo de Europa. Su presencia en esta Cámara hoy, señor Vicepresidente, constituye un símbolo de la renovación de ese diálogo al más elevado nivel entre nuestros dos continentes.

Aquí en Europa, tenemos un nuevo Tratado que concede nueva fuerza al Parlamento Europeo así como la posibilidad de actuar, que es tan importante para toda la Unión Europea. En Estados Unidos, transcurrido un año de liderazgo del Presidente Obama, existe una nueva esperanza para el mundo. Señor Vicepresidente, el momento de su visita no podría ser mejor.

Señor Vicepresidente, es un gran placer darle la bienvenida esta tarde al Parlamento Europeo. Tiene usted la palabra.

(Aplausos)

 
  
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  Joe Biden, Vicepresidente de los Estados Unidos de América. – Señor Presidente, gracias por esta bienvenida. Fue un placer tenerles en Washington y en la Casa Blanca y representa para mí un gran honor —y permítanme añadir, un privilegio— poder dirigirme a un organismo tan apreciado.

He servido en un parlamento constituido únicamente por 435 miembros en total; este supone un mayor honor si cabe. Recuerdo el discurso del Presidente Reagan aquí en 1985, y para citar al poeta irlandés —William Butler Yeats— cuando hablaba de su Irlanda, en un poema llamado Easter Sunday 1916 decía: Todo ha cambiado, ha cambiado por completo, ha nacido una terrible belleza. Han cambiado muchas cosas desde 1985, muchas cosas, y ha nacido una terrible belleza.

Como ustedes ya sabrán, Señorías, no sólo me complace estar de vuelta aquí en Bruselas por segunda vez como Vicepresidente. Como probablemente sabrán, algunos políticos y periodistas norteamericanos se refieren a Washington DC como la capital del mundo libre. Pero considero que en esta gran ciudad, que cuenta con mil años de historia y que actúa como la capital de Bélgica, la sede de la Unión Europea y la oficina central de la OTAN, esta ciudad posee su propio derecho legítimo para reclamar ese título. Como legislador durante más de 36 años en nuestro parlamento, me siento especialmente honrado de dirigirme al Parlamento Europeo.

El Presidente Obama y yo hemos sido los primeros candidatos de los últimos 50 años en Estados Unidos que hemos accedido a la Casa Blanca desde nuestros órganos legislativos, así que ambos hemos asumido nuestros cargos ejecutivos con un profundo reconocimiento de la labor que ustedes realizan aquí, en el bastión de la democracia europea. Junto a mis antiguos colegas del Congreso de los Estados Unidos, ustedes y yo representamos a más de 800 millones de personas. Deténgase y piensen un momento sobre eso.

Dos organismos elegidos que determinan las leyes para casi una octava parte de la población del planeta: es verdaderamente extraordinario. Ahora, con arreglo al Tratado de Lisboa, ustedes han adquirido más poderes y una responsabilidad más amplia que acompaña a ese aumento de la influencia, y lo acogemos satisfactoriamente. Lo acogemos satisfactoriamente porque nosotros, los Estados Unidos, necesitamos fuertes aliados y alianzas que nos ayuden a hacer frente a los problemas del siglo XXI, muchos de los cuales son idénticos —pero tantos otros son diferentes— a los del pasado siglo.

Permítanme exponerlo de la forma más clara posible. El Gobierno Obama/Biden no alberga dudas acerca de la necesidad de una Unión Europea vibrante, y la apoya enérgicamente. Consideramos que es absolutamente esencial para la prosperidad norteamericana y para una seguridad a largo plazo. Así que no tengan dudas sobre eso.

Cuando presidí el Comité de Asuntos Exteriores del Senado durante aquellos años, tuve la oportunidad de conocer a muchos legisladores europeos procedentes de organismos legislativos nacionales, incluyendo a algunos de ustedes, que se encuentran hoy en esta sala. Por lo tanto me doy cuenta, después de todos esos años, del trascendental paso que ha supuesto la construcción del único parlamento multinacional en el mundo elegido por sufragio universal. Han cambiado muchas cosas.

Me alegro de que, a través del Diálogo Transatlántico de Legisladores estén ustedes estableciendo una sólida relación con el Congreso de los Estados Unidos y espero que la oficina que han abierto ustedes el mes pasado en Washington mejore esas relaciones.

Amigos, esta semana hace 65 años, a menos de 200 km al sur de aquí, los líderes nazis firmaron una rendición incondicional que puso fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. Al día siguiente, las celebraciones estallaban en Times Square y Picadilly Circus, las multitudes vitoreaban y bailaban por los Campos Elíseos y las plazas de las ciudades en todo el mundo aliado. Aquí en Bruselas, en un oficio religioso de acción de gracias, los practicantes entonaron los himnos de Gran Bretaña, Bélgica y los Estados Unidos. Ese día de júbilo, el 8 de mayo de 1945, este continente yacía en ruinas, arrasado dos veces por guerras totales en menos de 30 años. En aquel momento, una Europa unida y pacífica, un Parlamento Europeo, debe haberle parecido una fantasía a cualquiera persona viva. Y aún así, gracias a la voluntad de sus conciudadanos y de hombres de estado como Paul-Henri Spaak, en cuyo honor se ha nombrado esta gran sala, y de Robert Schuman y Jean Monnet, y gracias a las visiones que dieron lugar a un parlamento y que le ganaron la Medalla Presidencial de la Libertad de manos del Presidente Lyndon Johnson, aquí estamos: reunidos en esta sala. Aquí están ustedes.

Lo que comenzó como un simple pacto entre media docena de naciones a fin de crear un mercado común para el carbón y el acero, creció hasta convertirse en una potente entidad económica y política. Una Comunidad dedicada al pensamiento libre, a la libertad de movimiento y a la libre empresa. Una Europa que un historiador ha definido como «No tanto un lugar sino una idea». Me halló aquí para reafirmar que el Presidente Obama y yo creemos en esta idea, y en el mundo mejor y en la Europa mejor que esta idea ha traído consigo. Una Europa en la que todos los Estados miembros salgan beneficiados de la negociación de acuerdos comerciales y de la lucha contra la degradación medioambiental con una voz unificada; una Europa que refuerce los valores culturales y políticos que mi país comparte con todos ustedes. Una Europa integrada, una Europa libre y una Europa en paz.

(Aplausos)

Tal y como dijo el Presidente Obama en Praga hace poco más de un año, una Europa fuerte constituye un socio aún más fuerte para los Estados Unidos, y necesitamos socios fuertes. Por ese motivo haremos todo lo que esté en nuestra mano para apoyar este gran esfuerzo suyo. Porque los últimos 65 años nos han demostrado que, cuando los estadounidenses y los europeos dedican sus energías a un propósito común, no existe apenas nada que no podamos conseguir. Juntos, mediante el Plan Marshall, reconstruimos Europa y realizamos quizá la más grande inversión en la historia de la humanidad. Juntos construimos la alianza más duradera en materia de seguridad, la OTAN, y una fuerza política y militar que mantuvo a Estados Unidos y a Europa unidas y nos aproximó más aún en las décadas posteriores. Juntos establecimos la mayor relación comercial de la historia mundial, que comprende alrededor del 40 % del comercio internacional y marca el comienzo de una era de prosperidad e innovación tecnológica sin precedentes. Juntos hemos proporcionado auxilio y esperanza a aquellos que han sufrido catástrofes humanitarias en más lugares de los que puedo mencionar, desde los Balcanes Occidentales hasta el Congo, y hasta nuestra labor actual de hoy en Haití.

Para aquellos escépticos que, a pesar de todos estos logros, siguen cuestionándose el estado de las relaciones transatlánticas o la actitud de mi país hacia una Europa unida, mi respuesta es esta: incluso si los Estados Unidos y las naciones que todos ustedes representan no estuvieran unidos por una serie de valores compartidos y por el patrimonio común de muchos millones de nuestros ciudadanos, yo incluido, solamente nuestros intereses globales bastarían para mantenernos inexorablemente unidos.

La relación entre mi país y Europa es hoy tan sólida y tan importante para todos nosotros como siempre lo ha sido. Este siglo ha desencadenado nuevos retos, no menos peligrosos que los que antes se nos presentaron, en el siglo XX, y juntos —juntos— los asumiremos, uno por uno. Se trata de retos complicados; habrá desacuerdo, pero los abordaremos juntos. El cambio climático constituye una de las mayores amenazas a las que se enfrenta nuestro planeta. Estados Unidos y Europa estamos trabajando a fin de garantizar que todos los países, especialmente las principales economías, contribuyan a una solución global. Todos tuvimos expectativas y emprendimos un importante paso adelante en Copenhague. Ahora tenemos que llevar a cabo esas reducciones en las emisiones y llevar a cabo la financiación y la transparencia requeridas en ese acuerdo y debemos ayudar a las naciones más vulnerables, desde el norte Ártico hasta las islas del Pacífico, pues son los emisarios de esta crisis inminente.

A lo largo y ancho del convulsionado terreno de Afganistán y Paquistán, trabajamos juntos para desestabilizar, desmantelar y derrotar a Al-Qaeda y a los combatientes talibanes y para entrenar a un ejército y una fuerza policial afganas de modo que su gobierno pueda con el tiempo proteger a sus propios ciudadanos. y no constituya una amenaza para sus vecinos. Con el fin de construir la capacidad de gobierno de Afganistán, Estados Unidos, la Unión Europea y sus estados miembros están desplegando también una serie de recursos financieros y civiles importantes. Aunque no ha sido siempre popular mantener estas importantes misiones, todos ustedes saben —al igual que yo— que es preciso hacerlo. Como líderes, poseemos la obligación de convencer a nuestras poblaciones de que es necesario para nuestra seguridad colectiva, aunque, créanme, como político que ha postulado al cargo durante los últimos 38 años, entiendo que no es sencillo. Les aseguro que no es más popular en mi país de lo que lo es en cualquiera de los suyos.

Esta también es la razón por la que Estados Unidos y Europa permanecemos unidos con el fin de impedir que Irán adquiera armas nucleares: un desarrollo que podría poner en peligro a los ciudadanos y constituir una amenaza para sus vecinos, incluyendo algunos de nuestros más cercanos aliados. Juntos, hemos emprendido una senda de compromiso sin precedentes con los líderes iraníes y, Señorías,

(Aplausos)

a pesar de lo que algunos escépticos pensaron, el Presidente quiso decir lo que dijo: que extenderemos nuestra mano a cualquier parte que libere su puño. Al comienzo del presente Gobierno, el Presidente Obama declaró que estamos preparados para tratar con Irán sobre la base del interés y el respeto mutuos. Con nuestros aliados hemos dejado patente a los líderes de Irán el modo en que pueden comenzar a restablecer la confianza con la comunidad internacional, incluso concediendo acceso a sus instalaciones de enriquecimiento de uranio antes no declaradas o intercambiando uranio ligeramente enriquecido por combustible para impulsar un reactor de investigación. Pero, como el mundo ha podido ver y comprobar ahora, los líderes iraníes desdeñaron nuestros esfuerzos colectivos de buena fe y continúan llevando a cabo acciones que amenazan la estabilidad regional. Permítanme exponer esto de forma rotunda: el programa nuclear de Irán viola los compromisos que adquirió con el Tratado de No Proliferación Nuclear y corre el riesgo de desencadenar una carrera de armas nucleares en Oriente Próximo. No dejaría de ser irónico —no dejaría de ser una ironía— que emergiera una nueva carrera armamentística en una de las zonas de mayor inestabilidad del mundo después de que el Telón de Acero haya caído y de que se hayan reducido las amenazas mutuas de una destrucción mutua segura entre los superpoderes. Sería una ironía que nuestros hijos, nuestros nietos y biznietos no nos perdonarían, en mi opinión, por haber permitido que ocurriera.

Además, el liderazgo iraní respalda a las organizaciones terroristas, y ese apoyo no ha disminuido lo más mínimo, y continua persiguiendo de forma desproporcionada a aquellos de sus ciudadanos que salen pacíficamente a las calles en busca de justicia: un incumplimiento del deber de todos los gobiernos en lo referente a lo que deben a sus ciudadanos. Teherán se enfrenta a una dura decisión: acatar las normas internacionales y reincorporarse a la comunidad de naciones responsables —lo que deseamos que haga— o enfrentarse a consecuencias mayores y a un aislamiento cada vez mayor.

En vista de la amenaza que representa Irán, estamos comprometidos con la seguridad de nuestros aliados. Por esa razón hemos desplegado un programa de defensa misiles con capacidad de adaptación por fases, para disuadir y defenderse de los ataques con misiles, en este continente.

(Aplausos)

Señorías, también estamos colaborando en el seno de la OTAN con el fin de prepararnos para una serie de futuras amenazas a la seguridad, incluidas la seguridad energética y a la ciberseguridad, y seguimos apoyando una estrecha cooperación en materia de seguridad entre la OTAN y la UE.

El año pasado los Estados Unidos y Europa actuaron rápida y contundentemente cuando el mundo se tambaleaba como consecuencia de una crisis financiera, la más grave de todas desde la Gran Depresión. Al hacer esto, ayudamos conjuntamente a impedir lo que la gente pronosticaba: el total colapso de la economía mundial. En la actualidad, el Presidente Obama y yo estamos siguiendo con atención la crisis económica y financiera en Grecia y los esfuerzos de la Unión Europea por abordar esta situación. Recibimos favorablemente el paquete de apoyo que Europa están considerando en conjunción con el Fondo Monetario Internacional, y respaldaremos —tanto directamente como a través del FMI— sus esfuerzos para rescatar a Grecia.

Esos ejemplos, y muchos otros que podría haber mencionado, demuestran por qué Europa continúa siendo no sólo el principal socio comercial de Estados Unidos, sino nuestro más importante aliado.

Señorías, esta misma semana hace seis décadas nuestros predecesores aunaron esfuerzos para comenzar a construir instituciones diseñadas con el fin de asegurarse de que los capítulos más oscuros del siglo XX no se repitieran en lo que quedaba de ese siglo o en el siglo XXI. Estas instituciones —esta Institución— han sido un gran éxito, pero ahora tenemos que dirigir nuestra mirada a los retos de este nuevo siglo a los que hacía referencia al inicio.

El mundo ha cambiado. Ha cambiado por completo. Ha nacido una terrible belleza. Posiblemente la amenaza más compleja a la que hoy nos enfrentamos es aquella que representan los agentes no estatales y los violentos extremistas para nuestros propios ciudadanos, especialmente si —Dios no lo quiera—esos violentos extremistas llegaran a hacerse con cualquier tipo de armas de destrucción masiva. Esta plaga no respeta fronteras, ninguna lo hace. Ninguna nación, no importa lo fuerte y próspera, organizada o capaz que sea, puede hacer frente por sí sola a esta amenaza. Sólo se podrá detener con éxito si la convertimos en una causa común y eso es precisamente lo que debemos hacer.

Los nuevos poderes concedidos a este Parlamento en el Tratado de Lisboa les confieren a ustedes un papel más importante en esa lucha y un imperativo mayor para gobernar con responsabilidad. El Gobierno de los EE. UU. y este Parlamento han luchado por mejorar los posible la protección de sus ciudadanos sin ceder los derechos humanos fundacionales sobre los que se construyen nuestras sociedades. Tengo la absoluta certeza de que debemos —y podemos— tanto proteger a nuestros ciudadanos como preservar nuestras libertades.

Desde que asumimos el cargo el año pasado, el Presidente Obama y yo nos hemos guiado por el imperativo de nuestra Constitución de buscar una unión más perfecta. Con ese fin, una de nuestras primeras medias oficiales fue acabar con las prácticas de los interrogatorios que producían pocos resultados y que no podíamos, en conciencia, continuar.

(Aplausos)

Ordenamos el cierre de la prisión de la Bahía de Guantánamo, que se había convertido en un símbolo de injusticia y en un grito de guerra para terroristas.

(Aplausos)

Y apreciamos el apoyo —difícil, como les ha resultado brindarlo— que muchos de ustedes han proporcionado en este esfuerzo.

Hemos hecho estas cosas porque, al igual que ustedes, el Presidente Obama y yo rechazamos la falsa opción a elegir entre seguridad y nuestros ideales. Consideramos que conservar nuestros principios sólo nos hace más fuertes y que si los ponemos en peligro en realidad estamos socavando nuestro esfuerzo en la lucha más amplia contra el extremismo violento. Porque, ¿cuál es su propósito? Su propósito consiste en cambiar aquello que valoramos, cambiar la forma en que nos comportamos. Ocho días después del ataque del 11 de septiembre, les dije a un grupo de miles de estudiantes universitarios de mi país que no podían permitir que la tragedia del 11 de septiembre acabara con su forma de vida, porque eso es exactamente lo que buscaban los terroristas. También les dije que Estados Unidos no puede prevalecer en esta nueva lucha actuando por su cuenta.

Esas palabras no sólo encajaban en la atmósfera general de ese momento, sino que creo que han demostrado ser ciertas y no son menos verdaderas hoy. No es necesario que hable a esta audiencia sobre la digna tradición europea de proteger a sus ciudadanos de la invasión de su privacidad por parte del gobierno, un compromiso basado en el respeto por la dignidad inherente a todas las personas. Los llamamos derechos inalienables. Los redactamos en nuestra Constitución, y el compromiso de Estados Unidos con la privacidad también es arraigado, tan arraigado como el suyo. La cuarta enmienda de nuestra Constitución protege a los individuos contra el registro y la confiscación irrazonables por parte del Estado, que uno de nuestros más famosos juristas definió en una ocasión como «el derecho a ser dejado en paz». El Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha dejado claro que la privacidad constituye un derecho fundamental y constitucionalmente protegido. Al igual que la UE, el Tribunal Supremo ha calificado este derecho como una cuestión de dignidad personal.

En un plano personal, vengo defendiendo el derecho a la intimidad durante los 36 años que dura mi carrera. Cada año, en el Senado de los Estados Unidos las organizaciones dan su opinión sobre aquellas personas más comprometidas con las libertades civiles y cada año yo —y después, el Presidente Obama— distingo a una de las cuatro personas elegidas. La razón por la que me tomo la molestia de contarles esto no tiene que ver conmigo sino con el compromiso de nuestra Administración hacia los derechos individuales. Cambiar ahora convertiría en mentira todo lo que dije haber defendido en mi país durante los últimos 37 años. Cuando presidí el Comité Judicial del Senado, responsable de confirmar a los candidatos judiciales del Presidente, como dije, se me colocaba constantemente entre los más acérrimos defensores de las libertades civiles y convertí en una prioridad el hecho de determinar las posibles perspectivas de los jueces acerca de la privacidad antes de decidir si podrían o no pasar a ocupar el Tribunal.

El Presidente Obama y yo también creemos que el deber principal, más fundamental y más solemne de los gobiernos es el de proteger a sus ciudadanos —los ciudadanos a los que sirve— y los derechos que estos ejercen. El Presidente Obama ha declarado que mantener la seguridad de nuestro país es lo primero en lo que piensa cuando se levanta por la mañana y lo último en lo que piensa antes de irse a la cama por las noches. Me imagino que así es como ve su función todo líder mundial. Por supuesto, no menos importante que la privacidad, la seguridad física también constituye un derecho inalienable. Un gobierno que no asume su deber de garantizar la seguridad de sus ciudadanos viola sus derechos de la misma forma que un gobierno que hace callar a los disidentes o encarcela a delincuentes acusados de delitos sin someterles a juicio.

Por tanto, amigos, incluso mientras estamos hoy reunidos, nuestros enemigos están empleando todos los instrumentos que pueden reunir para llevar a cabo nuevos y devastadores ataques como los que golpearon Nueva York, Londres, Madrid y muchos otros lugares en todo el mundo. Para detenerles, debemos emplear todos los instrumentos legítimos disponibles —aplicación de la ley, tecnología de inteligencia militar— que sean coherentes con nuestras leyes y con nuestros valores. Estamos combatiendo en muchos frentes, desde los hombres y mujeres valientes que sirven en nuestras fuerzas armadas en el extranjero, a los pacientes e incansables profesionales de la aplicación de la ley, que investigan complejas y sospechosas redes financieras.

Precisamente esta semana, nuestras sistema de aduanas y protección de fronteras, utilizando datos informativos de los pasajeros, ha capturado a un sospechoso del intento de atentado en Nueva York, en Times Square, mientras trataba de huir del país. Es esencial que conservemos todas las capacidades a nuestra disposición con arreglo a la ley a fin de detener estos ataques. Por este motivo, consideramos que el Programa de Seguimiento de la Financiación del Terrorismo es fundamental para nuestra seguridad así como la seguridad de Europa, una presunción por mi parte el afirmarlo. Ha proporcionado pistas decisivas para las investigaciones antiterroristas en ambos lados del Atlántico, desbaratando tramas y salvando vidas a la larga. Ha incorporado redundancias que garantizan que la información personal sea respetada y empleada sólo con fines antiterroristas. Pero no les culpo por cuestionarlo. Entendemos sus preocupaciones. Como consecuencia, estamos trabajando juntos para abordarlas y estoy absolutamente seguro de que podemos tener éxito, tanto en el uso de este instrumento, como garantizando la privacidad. Es importante que así lo hagamos y es importante que lo hagamos tan pronto como sea posible.

Como ex senador de los Estados Unidos, soy consciente, asimismo, de lo complicado que puede resultar tomar las difíciles decisiones que los retos globales requieren, procurando al mismo tiempo permanecer fieles a los valores nacionales. Todos ustedes pasan por ello cada vez que votan en este Parlamento, me imagino. Cuanto más tiempo transcurra sin un acuerdo sobre el Programa de Seguimiento de la Financiación del Terrorismo, más aumenta el riesgo de que se produzca un ataque terrorista que podría impedirse. Como líderes, compartimos la responsabilidad de hacer todo lo que esté en nuestra mano dentro del marco del Derecho para proteger a los 800 millones de personas a los que servimos conjuntamente. Hemos discrepado antes y seguramente discreparemos de nuevo, pero estoy igualmente convencido de que los Estados Unidos y Europa pueden hacer frente a los retos del siglo XXI —como hicimos en el siglo XX— si hablamos y nos escuchamos mutuamente; si somos honestos unos con otros.

(Aplausos)

Señorías, Winston Churchill nos enseñó que para ponerse en pie y hablar hacía falta coraje. Coraje es, también, lo que hace falta para sentarse y escuchar. Si bien esta tarde he sido yo el que ha hablado todo el tiempo, estén seguros de que yo, mi Gobierno y mi Presidente volveremos a nuestra tarea de escuchar a nuestros aliados. Señorías, no es casualidad que Europa fuera mi primer destino en el extranjero como Vicepresidente, y también el primero del Presidente. No es casualidad que hayamos vuelto ya varias veces desde entonces. Estados Unidos necesita a Europa y, respetuosamente, sostengo que Europa necesita a los Estados Unidos. Nos necesitamos mutuamente ahora más que nunca.

(Aplausos)

Así que considero que el aniversario de esta semana nos brinda una buena oportunidad para reiterar el vínculo que nuestros pueblos forjaron hace mucho tiempo al enfrentar la adversidad. Ahora, como entonces, en la persecución de ideales y de socios, los europeos y los estadounidenses se buscan mutuamente antes de buscar a cualquier otro. Ahora, como entonces, nos sentimos honrados y agradecidos de estar a su lado en las luchas aún por venir. Así que, nuevamente, me encuentro aquí para manifestar claramente lo siguiente: que el Presidente Obama y Joe Biden apoyan firmemente una Europa abierta, libre y unida. Apoyamos firmemente lo que hacen ustedes aquí. Les deseamos que Dios les acompañe y que Dios les bendiga a todos y que proteja todas nuestras tropas. Gracias, muchas gracias.

(Aplausos)

 
  
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  Presidente. Señor Vicepresidente, muchas gracias. Ha sido una gran base para una futura cooperación y para futuras conversaciones. Como usted ha dicho, escuchar y hablar entre nosotros.

Quisiera darle las gracias por repetir las palabras más importantes de la semana pasada: Europa necesita a Estados Unidos. Recordamos que en el siglo XX —la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, el Telón de Acero— estuvimos luchando hombro con hombro como democracias, consiguiendo juntos la victoria. Como ha añadido usted hoy, Estados Unidos necesita a Europa. Recordaremos eso. Constituye un buen comienzo para nuestra asociación y cooperación.

Señor Vicepresidente, una vez más, muchas gracias.

(Aplausos)

 
  
  

PRESIDE: Libor ROUČEK
Vicepresidente

 
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